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16 nov 2013

La falsa meritocracia de Wert



Cada vez que las consecuencias de los recortes aparecen, el dolor viene acompañado de la necesidad de una reflexión profunda sobre qué razonamientos siguen quienes perpetran tales medidas, qué teorías les prometen resultados positivos con su aplicación, qué conexiones entre ideales y realidad aceptan y niegan. En otras palabras, qué les hace sostener que reformas como las que se están llevando a cabo en Educación revertirán en la configuración de una sociedad más cerca de los valores perseguidos el día de mañana.

Para que este análisis sea de utilidad, se tendrá gran parte de lo que ya ha sido dicho por conocido, no repitiendo los aspectos ya debatidos y señalados en más de año y medio de reformas educativas. Este texto pretende abordar directamente el fondo del asunto en sus aspectos menos discutidos, o arrojando luz distinta sobre los elementos que lo conforman. 


La gestión del Ministro Wert en materia de Educación encuentra su encaje en las teorías neoliberales, basadas en la idea de que la mejor forma de distribución de riqueza y oportunidades es alcanzada al permitir el libre mercado en una sociedad regulada hacia la igualdad formal (donde trabajos y carreras estén abiertos a todo el mundo). Esta teoría supone una mejoría con respecto a los sistemas aristocráticos y de castas, ya que los neoliberales parten de la premisa de que cualquiera pueda competir por cualquier puesto de trabajo y, como consecuencia, la distribución justa es la que se deriva del libre mercado y las transacciones voluntarias sin discriminaciones apreciables a priori.


Vengan esas ideas del propio Wert o sean ellas regurgitadas de acuerdo con elementos ajenos al estado/supraestatales, las objeciones a la teoría neoliberal son las mismas y pueden verse como pasos de una cadena de razonamiento que gira en torno a la cuestión de los condicionamientos arbitrarios y la discriminación positiva. Estas objeciones suelen ser rebatidas por los neoliberales con varias dudas no resueltas: ¿Qué pasa con los incentivos? ¿Qué pasa con el esfuerzo? ¿Qué pasa con el principio de “deberse a uno mismo”? 


Para responder a estas cuestiones no podemos tratar al sistema educativo de forma aislada, sino como un elemento más del todo. Desde este punto de partida llegaríamos a la teoría de la justicia distributiva igualitaria, definida por el Principio de Diferencia. Esta teoría no consiste en equilibrar desigualdades positivas y negativas (talentos y defectos), sino en otra forma de tratar tales condicionamientos: los más afortunados pueden beneficiarse de sus habilidades y de lo que pueda derivarse de ellas todo lo que quieran, pero solamente en términos que sirvan y se traduzcan en ventajas para los menos afortunados.



Sobre los incentivos


Para calcular el impacto del principio de diferencia sobre los incentivos y encontrar entre todas las situaciones la que más favorece a los menos afortunados sin que ésta desincentive a los más afortunados, hay que calcular el rendimiento marginal en ambos conjuntos o grupos de personas con respecto a esos incentivos: para los menos afortunados, averiguar en qué punto de la progresión tener más facilidades en el acceso a la educación va produciendo una diferencia positiva cada vez menos grande con respecto a las facilidades que se hayan ido otorgando (es decir, cuando el impacto de la concesión de becas y suavizar los requisitos de entrada deja de ser tan grande y marcar la diferencia). Para los más afortunados, averiguar en qué punto de esa progresión se ve afectada su motivación a la hora de seguir, desincentivándoles de forma que su rendimiento académico cae, viéndose ambos grupos perjudicados por ello. Los dos puntos hallados marcarán la horquilla que servirá como óptimo y base sobre la que flexibilizar el acceso a la Educación sin que los incentivos se vean afectados.  



Sobre el esfuerzo y el “deberse a uno mismo”


Milton Friedman, en su libro “Libre para elegir”, escribe: “La vida no es justa. Es tentador creer que el Estado puede rectificar lo que la naturaleza ha engendrado”. John Rawls contesta a ese argumento diciendo: “La distribución natural de talentos no es justa ni injusta. Tampoco es injusto que las personas hayan nacido en la sociedad en una posición económica particular. Estos hechos y situaciones son simplemente naturales. Lo que es justo o injusto es la forma en la que las instituciones y la sociedad en su conjunto tratan estos hechos y situaciones”.

Nozick argumentó que: “Las personas son dueñas de sus talentos. Éstos talentos y habilidades son suyos, lo que consiguen se lo deben a sí mismos, se lo merecen y en el futuro generarán riqueza de la que se beneficiarán los demás también”.

Quizá no nos debamos únicamente a nosotros mismos en ese sentido. Es cierto que el Estado no puede utilizar a cada ciudadano y disponer de él y de sus bienes, ya que el Estado encuentra su fundamento también en libertades fundamentales inviolables, inalienables e iguales. Sin embargo, hay un aspecto en el que la idea de debernos a nosotros mismos no es exacta, que se presenta a la hora de pensar si cada ciudadano tiene una opción privilegiada sobre los beneficios derivados del ejercicio de sus talentos en condiciones de igualdad. No la tiene. Defendemos nuestros derechos, respetamos al individuo, podemos garantizar la dignidad de cada uno y hacemos todo ello sin recurrir a la idea del ser humano como absoluto propietario de sí mismo y de sus frutos por los siguientes motivos:



- Nacimiento como condicionamiento arbitrario coyuntural


Lo que cada uno es no se lo debe únicamente a sí mismo, sino también a un cúmulo de circunstancias subjetivas dadas arbitrariamente en su vida, que le han servido de ayuda para llegar a donde está: circunstancias familiares, de entorno, económicas, sociales, culturales… Por esas circunstancias uno no puede pedir que se le reconozca ningún mérito.


Partir de una igualdad formal en un mundo desigual por naturaleza deriva en resultados no justos, sino favorables para aquellos que hayan tenido la suerte de nacer en familias con más recursos y riqueza; ellos parten con ventaja y disfrutan de más oportunidades a nivel educativo. 


Que todo dependa de un hecho tan arbitrario como lo es nacer en una familia rica o en una pobre no es una base justa sobre la que distribuir oportunidades, es asimétrico ab initio. Esta desigualdad se transforma en discriminación económica con las reformas actuales, ya que no sólo establecen patrones económicos como barreras de entrada sino que, al subir las notas mínimas como requisito para acceder a una serie de derechos, se dejan a un lado las circunstancias que pueden permitir mayor rendimiento académico a quienes tienen la suerte de vivir en familias con más recursos y riqueza. Quienes no disponen de tanto tiempo para estudiar por tener que trabajar para poder sostener su economía, se ven doblemente obstaculizados: en primer lugar por la naturaleza, al tener que dividir su tiempo tendrán menos posibilidades de alcanzar mayor rendimiento académico y en segundo lugar por la ley, al haber aumentado y endurecido los requisitos.


Hemos visto que la igualdad formal de la que parte Wert no se traduce en una igualdad de oportunidades más justa que aquella de la que partía la ley reformada. En su lugar, maximiza el impacto del factor del nacimiento como condicionante arbitrario y lo presenta como un modelo “basado en el esfuerzo que realice cada uno”. Este modelo meritocrático equivaldría, supuestamente, a poner a todo el mundo en el mismo lugar de salida y dejar que comience la carrera y que gane el más rápido.


- Nacimiento como condicionamiento arbitrario natural:


Desde el Gobierno nos llega una apuesta por un modelo más “meritocrático”, basándose en que es injusto que aquellos que se esfuerzan más para conseguir las calificaciones que consiguen y encontrarse donde se encuentran por sacrificarse todo lo que se sacrifican sean recompensados con lo mismo que aquellos que no han tenido que realizar todos esos esfuerzos, que quienes más se esfuerzan deben ser premiados también para hacer más justo el modelo educativo. 


En realidad, el esfuerzo también queda condicionado a los atributos físicos o intelectuales de cada ciudadano: ¿merece más quien por su complexión puede hacer lo mismo que otro en mitad de tiempo y con la mitad de esfuerzo? Uno es simplemente mejor que el otro, el otro se esforzó más que el uno. Es por eso que quienes son partidarios de un modelo meritocrático, en realidad no se fijan en el esfuerzo ni en quién se merece estar donde está por haberse esforzado mucho o más que el resto, sino en cuánto puede cada uno contribuir, en la capacidad. Esa capacidad nos lleva de vuelta a nuestros talentos naturales y habilidades, no a nuestro esfuerzo. Y no es mérito nuestro poseer los talentos y habilidades con los que hemos nacido.


Si lo que se pretende es conseguir la igualdad de oportunidades, hay que remover todos los condicionamientos que la naturaleza pueda dar a las personas, no sólo el hecho de nacer en una familia u otra en términos socioeconómicos y culturales, sino también lo que se deriva de ello: la lotería genética que hace a cada uno más o menos inteligente, más o menos capacitado para unos trabajos o para otros, etc. La sociedad civil surge como respuesta a los desequilibrios del marco natural, de modo que actúa también en este terreno, de modo que los más afortunados en la lotería genética pueden beneficiarse de ella y de la riqueza que puedan atesorar en su virtud todo lo que quieran, pero solamente en términos que sirvan y se traduzcan en ventajas para los menos afortunados. 


¿Significa esto que el principio de justicia distributiva se desvincula del mérito en términos morales? No, lo que hace es establecer una diferencia entre el mérito de una acción y su titularidad en términos de expectativas legítimas.

Ejemplo: juegos de azar y juegos de habilidad. En un juego de azar puro, como la lotería, quien gana tiene la titularidad del premio, pero al tratarse de un juego de pura suerte, aun teniendo la titularidad del premio ganado, no tendría sentido decir que me merecí moralmente ganar desde el primer momento, no me lo merecí más que el resto de los que jugaron. En un juego de habilidad, como el fútbol, el Real Madrid gana la Liga. Cuando gana, el Madrid tiene la titularidad del trofeo del campeonato de Liga, pero siempre puede preguntarse, en este tipo de juegos de habilidad, ¿el Real Madrid mereció ganar? Puede haber jugado peor que el Barça pero haber conseguido más puntos. En ese tipo de juegos, se puede ver la diferencia entre aquello de lo que el ganador tiene la titularidad, de acuerdo con las normas, y si realmente mereció ganar, lo cual supone un antecedente general de merecimiento en términos morales.

Así, la justicia distributiva no va de mérito moral, sino de titularidad de expectativas legítimas. Un plan justo responde a aquello de lo que las personas tienen su titularidad; satisface sus expectativas legítimas al fundamentarse éstas en instituciones sociales. Pero aquello de lo que las personas tienen titularidad no es proporcional ni dependiente de su valor intrínseco. Los principios de justicia que regulan la estructura básica de la sociedad no hacen referencia al mérito moral y no hay tendencia a satisfacerlo a través de cuotas distributivas.


Tampoco depende de uno mismo vivir en una sociedad que tienda a apreciar su talento por encima de otros talentos. El hecho de vivir en una sociedad que valora inmensamente unas habilidades y no otras es ajeno a uno mismo. Uno tiene la suerte de poseer un talento muy valorado por la sociedad en la que se encuentra, lo cual es arbitrario, no hay mérito en lo que los demás hacen de tus virtudes. Aun habiendo desarrollado tu talento y habiéndote esforzado muchísimo, los beneficios que obtienes de poner ese talento en práctica dependen de factores que son ajenos a ti, arbitrarios desde el punto de vista moral.  


¿De qué depende la valoración de mi talento, si es más valorado o menos? 


Depende de lo que al resto le guste o quiera. Es la sociedad la que valora los talentos, sin la sociedad no habría valoración y muchos talentos considerados por la sociedad como muy valiosos, no valdrían nada. No es algo que se derive de la acción directa de uno mismo y por ello no tiene mérito moral. Lo que cuenta para contribuir depende de las cualidades que una u otra sociedad aprecia, cualidades que nos permiten dar aquello que la sociedad demanda: en una sociedad capitalista ayuda tener un espíritu emprendedor, en una sociedad burocrática ayuda tener simpatía con quienes te rodean (sobre todo con tus jefes), en una sociedad litigiosa ayuda hacer la carrera de derecho… pero los marcos sociales que nos encontramos son previos a nuestra acción, no dependen de nosotros mismos. Si estuviéramos en una sociedad no avanzada tecnológicamente, sino en una sociedad de cazadores o de guerreros, ¿qué sería de nuestras cualidades y talentos? Muchos no servirían de ayuda, nos veríamos forzados a desarrollar otras habilidades. ¿Y tendríamos menos mérito en esos tipos de sociedades que en nuestra sociedad, tendríamos menos dignidad por ello? No. Ganaríamos menos dinero. Pero aunque tuviéramos la titularidad de menos dinero y menos bienes, no seríamos menos valiosos moralmente, como personas, no tendríamos menos capacidad para merecer aquello que nos correspondiera, independientemente de qué nos corresponda exactamente. Lo mismo pasa con las personas que, en nuestra sociedad, son menos afortunadas y que tienen menos talentos o talentos menos valorados por nuestra sociedad que aquellos que nuestra sociedad valora más.


Nosotros tenemos la titularidad de los beneficios que las reglas del juego prometen por el ejercicio de nuestros talentos, pero es un error y una concesión suponer que merecemos desde un principio una sociedad que valore las cualidades que tenemos.


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